4:30 de la mañana, hasta aquí llegó el sueño que me permitieron tener las pastillas que tomé para dormir. No puedo creer que tenga que despertarme otro día más. Me baño rápidamente y corro a la cocina para preparar el desayuno, todo tiene que estar perfectamente en su lugar cuando “él” venga. Parece ser que ya he aprendido la lección y no volveré a cometer los errores del pasado. El café no le gusta muy cargado, ya calculé el tiempo para que la comida no esté fría cuando baje a comer, estoy preparando jugo de toronja porque no le gustan ni el de naranja, ni el de mandarina. Los huevos tienen que estar bien cocidos, porque la última vez la yema se tronó y casi se vomita cuando vio el líquido… no, esta vez no habrá ningún error.
Escucho los pasos que se dirigen hacia la cocina, debo apresurarme y tener todo listo para que no se vuelva a enojar. Él entra en la cocina y se sienta en la mesa para comer, no me da los buenos días pero yo entiendo, en las mañanas no está de humor para mis sentimentalismos, tal vez después de un desayuno reconfortante se sienta mejor. Pongo el café, el jugo, el plato con el huevo y las tortillas en perfecto orden esperando esta vez no equivocarme. No hay manera, hoy sí procuré que todo estuviera en la temperatura adecuada, en la cocción perfecta y tan cargado como le gusta. Esta vez hice un desayuno perfecto.
– ¿Qué carajos es esto? – Es la primera frase que me dirige en el día.
– Huevos, esta vez cocí bien la yema.
– Sí, huevos otra vez. Me parto la madre trabajando para poder comer decentemente y tú todos los días me quieres dar huevos. ¿No te alcanza para hacer unos chilaquiles, unos molletes, o cualquier otra madre? Dime, si quieres me pongo a trabajar otro turno.
– No es eso, si quieres en este momento te hago otra cosa.
– No, ya se me hace tarde para trabajar, ya me voy. Te veo en la noche, ten algo decente para cenar, por el amor de Dios.
Sin decir nada más, se va a trabajar. La volví a cagar. Él se parte la espalda todos los días para traer dinero a la casa en medio de esta contingencia y yo ni siquiera puedo darle un desayuno decente. ¿En qué momento me volví tan inútil?
Bueno, es mejor que me ponga a preparar el desayuno para los niños y servirles para tener tiempo de hacer todo lo que me toca. Hay que limpiar la cocina, luego dejar el cuarto impecable, dejar el cuarto de los niños hasta el final porque siempre hacen un desastre, lavar los baños… esto nunca termina; pero, al menos, sé que si me apuro, podré ver mi novela antes de que él llegue y tener la cena lista. Este es un trabajo que no termina, y que no pagan, pero ver la sonrisa de mis hijos y… bueno, saber que mi esposo está bien, aunque tengamos nuestros altibajos, eso es todo lo que puedo pedir.
A veces me pongo a pensar cómo sería si yo trabajara, pero eso es una idea de la que me despido pronto porque no alcanzo a imaginármelo bien. Él me lo ha dicho, soy tan torpe que en ningún trabajo me querrían, a la semana me corren si me va bien. Si ni siquiera mi labor como ama de casa puedo hacer bien. Cuando no se me olvida poner el cepillo en su lugar, alguno de los vasos huele mal, o no hago la cena que esperaba, o se me pasa poner la música que él quiere escuchar cuando va llegando para relajarse, o no tengo destapada la cerveza en el momento justo y se termina calentando. No quiero ni pensar las tonterías que cometería en un trabajo, mejor no me pongo a fantasear con eso, como ama de casa estoy bien, más porque, a pesar de todo, él me quiere como soy.
El día se ha terminado tan pronto, parece que a penas voy avanzando un poco cuando ya pasó medio día, y ahora ya no faltan más que unos minutos para que él llegue. Es hora de comenzar el ritual y tener todo listo para recibirlo, nada puede estar mal porque esta ha sido una semana difícil y no quiero que me grite por todo el estrés que ha estado viviendo. La verdad es que a veces sí soy muy desconsiderada, sé que él tiene que resolver todo y yo no puedo hacer bien lo poco que me toca. A las ocho en punto estoy esperando en la puerta con su cerveza en mano, aparte tengo la sorpresa perfecta porque hoy por fin va a ser el primer partido de fútbol sin público y yo ya se lo puse en la tele. Va a estar muy feliz.
Pasa media hora y la cerveza ya está caliente. Es mejor que la tire y espere a que lo escuche llegar para destapar otra. Mientras voy a ver un pedacito de mi novela, no creo que tenga nada de malo.
La novela se termina y el aún no ha llegado, los niños ya cenaron y están en la cama. Otra vez me preguntaron “¿dónde está papi?”, y les dije que tuvo que trabajar hasta tarde, aunque la verdad es que no tengo idea de dónde está. Lo llamé dos veces, pero no me contestó y no me gusta que me diga que lo atosigo y que soy demasiado posesiva. Ya cuando llegue me dirá a dónde fue, aunque realmente no sé dónde puede estar con todo cerrado. Hay muchas ideas cruzando por mi cabeza, no sé si lo asaltaron, si tuvo un accidente o qué pasó, Será mejor que espere hasta que llegue, sólo para saber si está bien.
A eso de las tres de la mañana abre la puerta. Aspiro profundo y me llega el olor al alcohol, ese aroma que tanto miedo me da porque despierta a la bestia, que sé que no es él, pero siempre termina lastimándome. Espero que esta vez no sea tan malo.
– Ya llegué, vieja. – Me dice con la misma naturalidad de siempre.
– Qué bueno – Le respondo sin querer causar conflictos – ¿Cómo te fue?
– Bien, bien… me quedé a ver el fut con unos amigos y se nos hizo tarde, ya sabes cómo son.
– Sí, ya sé. ¿Tienes hambre?
– No, vieja, yo ya comí… y cené bien rico, je, je, je. La esposa de Carlos cocina de lo mejor, no como tus chingaderas que siempre me das.
– Estás bien borracho, yo creo que mejor hablamos mañana porque siempre te pones en un plan bien feo cuando estás así.
– ¿Qué? A ver, no, no, no. Fui a tomar unas cervezas con mis amigos y ya me quieres decir que vengo borracho. Por eso me cagas, eres bien pinche persinada. Bájale dos rayitas a tu tono porque ya sabes cómo te pongo cuando andas de gata roñosa.
– Te voy a pedir que no me hables así.
– Yo te hablo como se me da la puta gana. ¿Qué vas a hacer al respecto?
Estoy paralizada de miedo, la verdad es que no tengo idea de qué hacer. Me doy la vuelta, mejor me retiro para que esto no crezca, me dispongo a irme al cuarto; pero él me agarra del brazo y me pone de frente a él.
– Mírame cuando te hablo, vieja pendeja. ¿Qué vas a hacer?
– ¡Déjame! – Le respondo – Estás bien pinche borracho y así no vamos a arreglar nada.
En ese momento me trato de desprender y, al jalarme, él pierde el equilibrio y se cae. Ahora sí se va a armar. En ese momento se levanta y me da una bofetada.
– Ya, pinche gata roñosa. ¿Ves lo que haces? Ahora sí te voy a poner en tu lugar.
Esa es la frase que más temo. Cuando dice eso ya sé que tengo que poner la mente en blanco y aguantar, se viene una buena golpiza y no tengo nada que hacer. Está tan borracho que no mide la fuerza, varias veces se pega contra la pared porque no sabe ni a dónde tira los golpes y me culpa, y me dice que me va a dar más fuerte. Yo solamente aguanto ahí, porque sé que si le respondo o trato de esquivar me va a ir peor. Para cuando termina, solamente me dice “A ver si así aprendes”, y se va al sillón, donde se queda dormido.
7:30 de la mañana. Me dispongo a comenzar la misma rutina de siempre, esta vez con el dolor en todo el cuerpo, especialmente en la espalda y en la cara; pero ni modo, si no me quiero ganar otra tunda todo tiene que estar listo para cuando él despierte. Hoy es domingo, pero eso no quiere decir que mis obligaciones se hayan terminado. Hoy es cuando hay que consentir al rey de la casa… en momentos como estos me cuestiono por qué sigo haciendo esto. No me parece justo, es un maldito.
Cuando llego a la cocina, lo encuentro ahí. Me pide que me siente, y yo obedezco.
– Perdóname, ayer me puse como loco, no sé qué me pasó – Vuelve a poner esos ojos de cachorro arrepentido, sabe que no puedo resistirme cuando hace eso – La verdad es que en estos últimos meses no te he tratado como te mereces, he sido un verdadero pendejo, pero, no sé, es que es todo el estrés del trabajo, esta pinche pandemia que nos tiene a todos vueltos locos, ya despidieron a varios de mis compañeros y nada más estoy pensando cuándo sigo yo.
Fuera de lo de la pandemia, llevo varios años escuchando la misma excusa. No sé por qué, pero siempre me lo dice de una manera tan convincente que acabo por creerle. Se ve tan arrepentido, tan culpable de lo que me ha hecho que cada vez pienso que por fin va a cambiar.
– Mira, no tienes que responderme en este momento. Voy a casa de mi mamá, piensa bien las cosas para que no hagas nada precipitado. No te quiero presionar, sólo quiero que sepas que te amo. Compra algo rico de comer, lo que tú quieras, hoy no te esfuerces. Ya hiciste tanto por mí toda la semana y yo te respondí de una manera tan despreciable. Perdóname amor.
Sale de la cocina, no sin antes darme un beso y sale de la casa. ¿Por qué siempre es igual? Ahora me siento culpable. ¡Claro que tiene un montón de estrés encima! Y yo todavía le meto más presión… por supuesto que iba a explotar. ¿Qué esperaba? No… no vuelvas a hacerte esto. Sabes que esto no está bien, te acaba de golpear y en este momento todavía lo estás justificando. ¿Cómo puedes permitir eso? Es como te dijo doña Cleo, así funcionan los abusadores, nos hacen creer que nosotros tenemos la culpa de todas las atrocidades que cometen, nos manejan por medio del miedo y de la culpa de manera que terminamos pidiendo perdón… ay no, es que sí me quiere, yo lo sé. Igual y tengo que darle otra oportunidad… la última.
Este es un ciclo que se reinicia, que cada vez duele más y que no termina. Tú decides cuándo llega a su fin. ¿O de verdad piensas, como doña Tere, que él va a cambiar y todo va a ser feliz? Ya le diste varios años, no repitas la historia.
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